miércoles, 15 de abril de 2009

Algo sobre el color




Sólo cuando la vida se vuelve tensa, dolorosa, angustiante, los colores cobran importancia. Hay una necesidad urgentísima de explicar tantos hechos de nada y tanto, que las palabras resultan insuficientes; vienen siendo, después de noches y días de insomnio, una borrosa versión de eso que nos ha sacudido, desmembrado. Entonces nuestra ansiedad y nuestras fantasías se auxilian de otras formas de expresión: aparecen los dibujos, los sentimientos indefinibles, las ideas religiosas, o los colores. 

Así, una mañana como cualquier otra, uno siente que los violeta se ha inmiscuido en nuestras entrañas. Desde luego que se siente pánico porque inevitablemente después se dice que el violeta es el color de la culpabilidad. Y si el amor nos ha rondado la cabeza y el hígado el alma, lo negro no puede llevarnos más que al sentimiento de la muerte. La culpabilidad, la muerte y el amor combinan terriblemente bien. Ahí es cuando se afirma que nos habita un ser violeta manchado de penumbra que habla desde nuestros ojos. ¿qué otra cosa se puede hacer?

Pronto te preguntas por la coloración del amor, y hasta ese momento sólo se atina a decir que tiene su lado violeta y negro, esto es, culpable y mortal.

Indagando más, porque uno no desea quedarse encerrado, nocturnado, picoteado por esas tintas malditas, tendemos al  encuentro de colores que expresan la satisfacción y la vida y, anhelando buscando y sufriendo anhelando y buscando-sufriendo, un amanecer, aunque sea alumbrado por un sol ébano, nuestros labios dicen: “Quiero amarillez: deseo lo anaranjado. Es decir: Quiero vida: deseo satisfacción. Y esos son los sitios, a veces los oasis, hacia los que uno corre, aunque se interponga una ciudad entre un pigmento y otro, mientras el cuerpo despide un llanto doloroso a través de todos sus locos miembros. Sí, la carrera será larga; a veces nos tropezaremos con cactus y coladeras y dunas terribles, pero cada vez más nos llenaremos de gozo porque nuestro rostro comenzará a iluminarse de luces amarillas y naranjas. El sol mostrará una media luna dorada y los rayos de luz que vengan desde ahi nos provocan tranquilidad, una mano menos temblorosa. Descorreremos las cortinas de la recámara.

Luego, nos volveremos a preguntar por la coloración del amor. Después de haber corrido un buen rato hacia los colores de la satisfacción y la vida, tenemos los suficientes sentimientos visuales para definirlo mejor: si bien el amor tiene su lado negro-violeta, también tiene otro amarillo-naranja. Es el territorio donde nos sucede todo, donde el oscilamos entre el dolor y la alegría.

Entonces, cuando el arcoiris de nuestra existencia está naciendo de espaldas al cielo, uno desea hacer el amor muy amarillamente, lanzando palabras naranjas y sin discriminar los gritos violetas y negros, sin los cuales no habría acto amoroso.

 II

El arcoiris es indudablemente contradictorio. Si no fuera así, él, no existiría. Las líneas donde un pigmento se une a otro son como navajas de papel. Y sobre sus filos amamos. 

Lo verde s el depositario del dolor; pero esa calidad se la otorga  el rojo.  Estos colores se cubren con capas violetas y negras. Lunares de vida y satisfacción salpican los colores entonces dominantes. La ciudad se encuentra lejos, clausurada,  y uno está sobre un cuerpo.

En el momento del coito, el azul celeste no participa, se reserva solo cuando el arcoiris descansa, pequeños puntos celestes impregnan nuestros labios y brazos. Es el color del agradecimiento, de la duermevela.  A  su  lado vive el azul oscuro, que también sobreviene después del coito, pero se manifiesta en forma de calambres, cincelados por la violencia de lo verde, que a su vez ha sido cincelado por lo rojo.

De ahi que verde y rojo no sean colores opuestos. Más bien se trata de una pareja que puede derrotar cualquier luna anaranjada. y cuando es así, sólo a través de las franjas roja y verde gozamos. El desierto se mezcla con la calle allá, en donde pasan los automóviles y la gente. Aquí, lo verde no existiría si no hubiera un rojo fustigado. Vale decir que el rojo no sería tal si el verde no estuviera sobre el cuerpo fustigado. Rojo y verde se complementan: dolor y gozo, respectivamente, son las voces de sus maneras. Sólo llega el ruido del viento que choca contra las dunas?

Por lo tanto, cuando lo verde-rojo predomina en el acto amoroso, a él asisten , en primer término, la culpabilidad y la muerte. Y, como pequeños seres, salta el amarillo y el naranja. Despúes, en aquel instante en que parece que los cuerpos reposan, la habitación se llena de azul oscuro. Algunos puntitos azul celeste brincotean por aquí y por allá.

El arcoiris ha madurado. Se ama de manera amarilla  o rojamente, según la hora del día. La ciudad irrumpe en la recámara. 

Guillermo Samperio
(1981) 



2 comentarios:

Aquí su pendejo dijo...

encantador texto, pero.....
Vivan los daltónicos...!

Abel dijo...

me gusta que colores y olores se parezcan.