sábado, 18 de abril de 2009

CREO QUE SOY ETERNO OTRA VEZ (H Yépez)


Veo hacia el cielo: me pertenece. (Esta no es la primera vez). Al menos eso siento y si intento comprobar que el cielo me pertenece, alzo la mano para tomarlo. Y no puedo. Y aunque no lo hago de mi propiedad, el cielo no se marcha. El cielo no se va. Y sé entonces que nada jamás se ha ido. Sólo he sido yo el que ha fantaseado con supuestas pérdidas, pero las pérdidas jamás han ocurrido. Todo está aquí: intacto.

Veo hacia la ciudad que transcurro: no me pertenece, pero yo le pertenezco a ella, aún mejor. Esta ciudad sagrada, esta utopía descalza. Todo lo que canto, te lo canto a ti, calle callada.

El puente es de madera. La lluvia lo beberá.

Veo mis manos: no sé quién soy, las manos de quién son. Y no me angustia. No me interesa averiguar mi identidad.

Esperaré que algún chisme me informé quién fui y reiré, qué bobo fui.

Tengo un amigo que dice que la vida le cambia todos los días. Y basta una nueva canción para que la vida le cambié de nuevo. Lo entiendo. A mi la vida me cambia cada vez que el dólar sube, el peso baja y, sin embargo, a pesar de la devaluación, el ganador siempre soy yo, porque entre menos dinero tengo, más incertidumbre, más inseguridad, más posibilidad de hacer algo que jamás había hecho antes. Deseo conocer una divisa que no sea tan previsible como el peso o el dólar, una divisa imprevista, que cada mañana te haga rico y un instante después te desfalque.

¿Tengo lo que veo? No, no lo tengo. Pero lo veo y cambia. El ser es inestable. Todo se mueve hacia su grata disipación. Así es mi yo más secreto: acepta todo lo que se da.

Hace quince años me sentía solo. Hoy me siento satisfecho. Hace quince años fantaseaba que el día que me sintiera satisfecho, ya no iba a poder avanzar, y hoy me doy cuenta que se trataba de un temor adolescente, pues el adolescente cree que sólo sufriendo se crece, que sólo estando atormentado hay energía y no sabe que la mayor energía brota de la paz y el mayor entusiasmo, el éxtasis mismo, emerge del silencio.

El adolescente, asimismo, cree que si sabes algo eres un gran sabio. Y no. Se puede saber algo sin volverte una caricatura del pasado. Se puede saber y no volverte una imagen. Se puede saber mucho y no poseer más saber que no saber nada otra vez.

No tengo ningún rumbo. No voy hacia ninguna parte. Simplemente escribo para poder estar en esta palabra y pasar a esta otra.

Y me voy para siempre.

Y regreso como nunca.

No ocurre nada malo. Lo malo es un temor que proviene de ciertas ilusiones eclesiásticas, de ciertos dogmas intelectualizados.

Antes creía que la ironía era el máximo honor. Hoy sé que lo más sabio es el candor.

No voy hacia ninguna parte, estoy dispuesto a dejar todo en cualquier momento y en cualquier momento lo obtengo todo, nuevo. Escribo esta palabra para pasar a esta otra y lo experimento ciertamente incierto y de esa palabra llego a esta otra y haber llegado a esta palabra, a esta palabra presente, es sólo haber llegado un momento. No sucede nada. Todo está quieto.

Veo el suelo: está hecho de aterrizajes del firmamento. Así es todo el universo.

Nada se va a ir. Todo está aquí. Todo está tranquilo. Todo está tranquilo debido a que todo está listo para no pertenecerle a nadie. Todo está yéndose. Todo está bien.

Todo está mal. Todo es totalmente total. Nada queda fuera de esta experiencia. Nada está separado de todo lo demás.

Escucho estas palabras. Ninguna fue mía. Ninguna necesito de mí. Puedo irme y todas estas palabras seguirán. Las palabras, al no pertenecer, no otorgan. Son la libertad.

Me siento bien, caray, estoy listo para morir. Y seguir. Ya sea en este o en otro cuerpo. Mi otra vida ya llegó en esta palabra y ya se va.

El universo está intacto. Estoy feliz de disolverme en ella o él.

Ya llegué. Ya me fui. Sigo aquí. Y me iré acá.

Heriberto Yépez

No hay comentarios: